La frontera Don Wislow. Harper Collins. 957 pp.
El final del Chapo Guzmán en una prisión de alta seguridad en el corazón del desierto americano parecía terminar el carrete de la historia que Don Wislow desarrolló en los impresionantes El poder del perro y El cartel. Adán Barrera, el trasunto del Chapo, acaba muerto en la jungla y los malas bestias de los Zetas prácticamente exterminados. La intensidad del trabajo de investigación necesario para estas obras y la dureza de los temas hizo prometer al autor que no volvería a él. Pero en eso llegó Trump y quiso construir un muro, y no hay nada más simbólico que una pared construida para separar para hacer estallar la imaginación de un buen narrador.
Art Keller, el protagonista de las anteriores novelas, el vaquero solitario que sólo cree en la justicia expeditiva contra los malos, es nombrado jefe de la DEA, el ejército americano contra los carteles de la droga. Al caer el hombre que había conseguido dominar a todos los grupos de traficantes mejicanos estalla la guerra del todos contra todos. La segunda generación de narcos son niños bonitos acostumbrados a tener todo protegidos por la sombra de sus padres. No hay heredero directo, por lo tanto, cada uno tiene que luchar por su espacio y vuelve el caos.
En el otro lado de la frontera, el protagonista trata de luchar contra el verdadero problema del narcotráfico: la sociedad americana. Necesitada desesperadamente de narcóticos y en la que los ejecutivos de bancos y sociedades de inversión ven este problema como una oportunidad de ganar dinero.
Para redondear la historia, una sociedad inmobiliaria necesitada de capital para llevar a buen término uno de sus negocios pide el dinero a los bancos de los narcos. Esa empresa pertenece al individuo que ha prometido construir un muro para proteger América de inmigrantes y traficantes de drogas.
La novela va cruzando de un lado a otro de la frontera; del mundo de los camellos americanos al de las grandes finanzas; y al de la administración de Washington con fluidez e intensidad. Hacía tiempo que no apagaba todo para poder seguir leyendo porque merecía la pena. Las más de 900 páginas se leen con facilidad porque preponderan los diálogos, pero siguen siendo tan duras como las de las anteriores.
Como ocurrió con las últimas, la realidad las confirma y las comenta. Las farmacéuticas han sido condenadas por la ola de adicciones a los opiáceos que han hecho que los consumidores se hayan entregado a la heroína de los cárteles, mucho más barata y peligrosa; el fiscal especial ha exonerado a Trump de la trama rusa ante el pasmo de todos menos de él; la violencia ha vuelto a campar por sus respetos ante el fin de la Pax Sinaolense que había impuesto el Chapo. Todo ello aparece en la novela como parte de la trama, que lo explica en su desarrollo.
Debajo de toda esa acción prevalece una tesis: el único momento en que disminuyó el consumo de droga (cannabis) fue cuando se legalizó para fines recreativos. Rápidamente los narcos cambiaron su cultivo por el de heroína. Dos billones de dólares y miles de muertos después la guerra sigue ahí y Wislow para contárnosla.