La sociedad en que vivimos, a pesar de lo que nos ha tocado vivir estos meses, no quiere mirar a la enfermedad y a la muerte cara a cara. La gran queja del planteamiento informativo de la pandemia ha sido que no hemos mostrado sus consecuencias, los cadáveres y las secuelas de que acarrea Probablemente porque no estamos preparados. Este libro se atreve a mirar a la enfermedad y a la muerte de una forma maravillosamente divertida y sentida.
Una mujer que ya ha pasado sus momentos más brillantes y no tiene nada de lo que la sociedad exige como signos del triunfo: trabajo fijo, pareja e hijos, tiene que enfrentarse a la muerte de su padre. Éste ha entrado en coma y deben que cuidarlo en un hospital esperando que llegue su final. Tiene una madre en perpetua depresión y una hermana triunfadora a la que todos adoran. Su vida no parece ir a ninguna parte, pero tiene un plan que lo mejorará todo: tener un hijo por su cuenta.
La novela es la narración de esos momentos y de la relación que la protagonista establece con el vecino de cama que tiene la edad de su padre, con el que se siente más identificado que con él, al que nunca llegó a comprender porque no dejó resquicios por los que colarse. Pero la valentía con que se enfrenta al gran momento que nos define no hace esta novela lo brillante que es sino la forma en lo cuenta. El tono irónico que tiene la protagonista. El de quien sabe de sus limitaciones y de lo poco que perdona la sociedad nuestros defectos.
Por otra parte, el libro es una hermosa reflexión sobre la muerte y la enfermedad. En un mundo en el que tenemos que ser eternamente jóvenes como si el mundo no se fuera a acabar nunca, la ironía de la perdedora social que es la protagonista nos hace enfrentarnos a lo que hay. Por otra parte, la autora llena su narración de citas sobre la muerte y la literatura y mira la vida y su vida con los ojos del que sabe. Una novela perfecta y necesaria de una escritora sabia.