Un ensayo que merezca la pena debe ser una aventura en la que acompañemos al autor, llena de sorpresas y de cosas desconocidas. Todos hemos oído hablar de lo que Marilyn se ponía ir a la cama: unas gotas de Chanel Nº5, pero creo que pocos que no hayan pasado su vida en el bloque soviético hayan oído hablar de Moscú Rojo, que era su equivalente en la Unión soviética. Estamos hablando de dos perfumes que tiene su origen en la caída de los zares y que acompañan a sus creadores y distribuidores a lo largo de la época más interesante de la historia de Europa hasta la caída del muro y el hundimiento de la Unión soviética.
Todo comienza cuando la nobleza zarista huye de la revolución y recaba en París que siempre había sido su paraíso particular. Con ellos vienen sus perfumeros que se instalan allí, aunque algunos se quedan en Rusia y mantienen comunicación fluida con los parisinos. Uno de ellos, Ernest Beaux. creará para Coco Chanel un serie de perfumes, entre los que ella elegirá para convertir en el símbolo de su marcha el nº 5. Mientras en Rusia, Auguste Michel, crea un perfume que sea símbolo de la revolución, Moscú Rojo, e incluso el famoso pintor de cuadrados Malevich, diseña un frasco con forma de bloque de hielo para él. Cada perfume está ligado a un personaje mítico en cada lado del telón de acero, ambos cercanos al poder. Coco Chanel supuso una revolución el mundo de la moda al conseguir implantar un tipo de ropa y complementos mucho menos encorsetada, ideal para mujeres libres que no por ello quería dejar de ser elegantes. Así contado podría considerársela una revolucionaria, pero era una mujer clasista, antisemita y clara colaboracionista durante la invasión de los nazis. Tal es así que después de la guerra se exilió en Suiza y dejó que marca siguiera sin el peso que su historia arrastraba.
Del lado soviético tenemos a Polina Zhemchuz, esposa del todo poderoso ministro de exteriores de Stalin, Molotov, que dirigió con mano de hierro la industria perfumista de la Unión soviética, hasta la caída en desgracia de su marido, cuando acabó en un Gulav en Siberia. Su labor de gestión le valió múltiples condecoraciones pero no la libró de la prisión. Para ambas la II Guerra Mundial marcó su apoteosis y su declive. Durante los años duros del stalinismo Moscú Rojo era el perfume deseado de aquellos tiempos de escasez. Cuando cayó el muro, las diferentes naciones surgidas optaron por promocionar sus perfumes para alejarse de la metrópoli y después arrojarse en los brazos de la sofisticación francesa. Tan triste es, a veces, la historia que intentaron convertir en una tienda de perfumería de lujo la sede de las torturas de la KGB en la plaza Lubianka.
Es lo que hay, pero repasar la historia de Europa en sus perfumistas y perfumes estrellas es enriquecedor. Espero no haber destripado demasiado el discurrir del libro porque lo que busco es que se lea.