Loreak
Ocho flequillos vascos
Siento volver al mismo tópico pero va a costar despegarse de esa frase. Además estamos ante una película bastante seria por lo que no viene mal un poco de cachondeo. En realidad, hasta que aparecieron los de Vaya semanitatodos pensábamos que los vascos eran gente seria. Profesionales en lo suyo, comedores y bebedores pero sosos. Esta película sería un ejemplo de ese ser vasco. Muchas caras serias, pocas risas y bastante tragedia.
La película tiene una factura impecable. Las imágenes son hermosas. El paisaje está ahí todo el rato, como la lluvia, hermoso pero melancólico. Refleja perfectamente la sociedad matriarcal en la que los hombres son totalmente prescindibles porque no dan más que guerra. Las mujeres controlan y dirigen el cotarro desde una dureza y una frialdad que cubre pasiones volcánicas. Los ocho flequillos o estilos de peinado vienen a cuento de las diferentes imágenes que van desarrollando las mujeres que la protagonizan. Cada giro argumental supone un cambio de peinado. La única que no cambia es la amá. Esa figura central de la vida vasca que todo lo fiscaliza y que, como no, se lleva fatal con su nuera. El protagonista observa esa continua batalla de genios tratando de frenarla con comprensión y sentido común, pero es una batalla perdida. Es un mindundi, como la mayoría de los hombres en esa sociedad, que sólo puede observar desde la distancia (una simbólica grúa desde la que ve el mundo y sus mujeres sin hacer nada). Los demás hombres no hacen mucho más. La siguiente pareja de la protagonista simbólicamente se dedica a la fotografía.
La contra parte de la protagonista es también una mujer a la deriva que no logra comunicarse con su pareja y sólo encuentra ilusión en esas flores que llega desde un desconocido y aportan belleza y magia a una vida en la que falta color por todas partes. La deriva cruel a la que conduce la historia a la protagonista afortunadamente acaba en redención. Pero, lo dicho, interesante, bien resuelta y realizada pero demasiado seria.