Ahora que Neflix se ha lanzado a realizar uno de sus mayores proyectos: adaptar Cien años de Soledad quizás sea bueno hablar del boom de la literatura hispanoamericana desde uno de los grandes literatos que quedó al margen de él. Julio Ramón Ribeyro que escribía cuentos y diarios de personajes urbanos y sin magia cuando lo que triunfaba eran novelas y realismo mágico.
Ribeyro pertenecía a la generación del cincuenta, que fue decisiva en la apertura de nuevos caminos para el cuento y la novela en el Perú. Hasta ese momento el panorama estaba dominado por los indigenistas Ciro Alegría y José María Arguedas, más apegados a las formas tradicionales y cuyo enfoque era esencialmente andino. Sin embargo, aquellos escritores que surgieron en esa década optaron por buscar otros derroteros. Privilegiaron el desarrollo de una narrativa urbana, con énfasis en el cuento, de tintes neorrealistas aunque también abierta a lo fantástico. Se esmeraron por asimilar los aportes técnicos de Hemingway, Dos Passos y Faulkner, al igual que las lecturas del existencialismo y de la novela europea de la posguerra.
Alfaguara publica en el 30º aniversario de la muerte de Ribeyro dos libros tan complementarios como excelentes. Por un lado Cuentos reunidos, prologado por Juan Gabriel Vásquez que lleva por subtítulo La palabra del mudo, el encabezamiento que escogió Ribeyro para agrupar sus cuentos en cuatro tomos en Perú, porque en la mayoría de sus cuentos se expresan aquellos que en la vida están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz. Por otro, Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, un librito que recoge cinco relatos hallados en el archivo personal del escritor. Además del magnífico prólogo de Vásquez, Cuentos reunidos incluye una nota de Jorge Coaguila, el albacea literario del autor, y una introducción del propio Ribeyro escrita poco antes de morir.
Queda la que es considerada su mejor obra: sus diarios. Ya publicó la que abarcaba el periodo entre 1950 y 78 bajo el hermoso título de La tentación del fracaso, por el que Vila Matas le adjudicó el mote de fracasista y parece que el citado Coaguila publicará la parte que queda hasta su muerte en el 94. Mientras volver a releerle es un placer.