Para empezar tengo que decir que hace mucho tiempo que no me sentía tan enganchado a un libro como lo he estado a éste que contado tiene poco de thriller. Es realmente una obra maestra narrativa en la que prácticamente no hay narración propiamente dicha porque se compone de intervenciones totalmente personales de personajes que van contando su experiencia del hecho que origina la historia: la desaparición de una escultura de 38 toneladas de Richard Serra. 70 personajes en diferentes momentos de la historia van contando cosas que tienen que ver con los acontecimientos y de una forma indirecta nos van desgranando los hechos. Algunas de las anécdotas contadas son fruto de entrevistas, otras relatos de terceros sobre lo que dijeron los personajes de los extractos y otras son inventadas a partir de lo que el autor supone que los personajes pudieran haber dicho. Así contado vemos la lucha entre el periodista y el narrador por dominar la historia real que ocurrió. A pesar de todo gana el novelista pero lo que hace es tratar de ser lo más fiel posible a los hechos y para ello inventa. Para que va entrevistar a Richard Serra sin puede reconstruir lo que cree que él diría sobre su experiencia con la escultura y su experiencia vital que lo llevó a crearla.
Aquello fue un escándalo del mundo del arte pero no tanto. Desapareció un conjunto de esculturas gigantescas de acero corten y nadie se había dado cuenta. Pero para redondear más la locura se acabó consiguiendo una copia del mismo autor que, en ningún momento pensó que la segunda fuera peor que la primera. El libro sigue la historia de esa escultura que es la historia de la creación del Museo Reina Sofía. Que es la historia de la lógica kafkiana de la administración cultural española, de la lógica kafkiana de la justicia. Que es la historia de la forma de entender la cultura durante la transición. Que es la historia de la lucha por definir qué es el arte en el siglo XX y qué es una engañufla. Que es la historia de personajes maravillosos: guardias de seguridad de museos, camioneros, taxistas, recolectores de chatarra o soldadores que no tienen nada de artísticos pero que muestran una dignidad y sentido común que hace tiempo que se perdió en el mundo de la cultura.
Tallón no aparece directamente en el libro lleno de egos hasta el penúltimo, llamémosle capítulo, mi favorito, en el que narra su lucha para obtener el expediente judicial del caso para el que utilizar el adjetivo kafkiano es ser liviano. Como cuenta, cuando lo abrazó puedo empezar a escribir, eso era lo fácil. Una maravilla.
Editorial Anagrama. 328pp. 19,90E.