Gozo nos habla de la posibilidad de un placer casi sagrado, el de no hacer nada (o no hacer tanto, o no por necesidad). Y la prosa fragmentada que le da forma despliega, a la vez, una constelación de voces y pensamientos afines —de Georges Perec a Susan Sontag, de Roland Barthes a Maggie Nelson— dispuesta para la revelación de aquello que surge cuando, ante nosotros mismos, frente al espejo del mar, nos damos por fin tregua y nos detenemos.