El negociador, Borja Cobeaga
Creo que es un defecto de la infancia, pero ante determinadas ocasiones de tensión tiendo a mirar al suelo porque no puede soportar ver lo que está pasando. Ya sé que debiera ser capaz de controlarme pero ese es un problema mío. Lo cuento porque ha habido más de una ocasión en esta película en la que he mirado al suelo. La más clara ha sido en el momento que el protagonista, el negociador, tiene que ponerse cara a cara con el representante de ETA. Como miras a los ojos a alguien que sabes que ha matado y que puede estar pensando en matarte y, después, te pones a negociar. He tenido claro que yo no sería capaz. Que tendría que ser alguien tan inocente como el protagonista y con tan buena voluntad. No me gustaría pensar que las personas que han realizado las negociaciones y las que las van a realizar si hace falta sean unas personas sin escrúpulos que se dedique simplemente a dar y tomar.
Es gratificante que uno de los artífices de algo tan único como Vaya semanita, el primer programa que se atrevió a reírse de la situación en el país vasco, y artífice del guión de la mayor sorpresa cinematográfica de la temporada 8 apellidos vascos, se haya atrevido a enfrentarse con la tragedia vasca del terrorismo de cara y, tomando partido, reírse un poco de algo tan serio. No es una película que quede en la historia por su perfección pero si es capaz de retratar una situación sin salida desde el punto de vista de alguien que cree necesario hacer algo. El tono de la primera parte es desconcertante. La especie de autismo con que se mueve el protagonista acaba por ponerlo a uno de los nervios. Pero es en ese momento en el que salta el primer ramalazo de risa. La pelea por la terminología es el gran tema del conflicto. La capacidad que han tenido los terroristas por retorcer el lenguaje hasta hacer imposible el avance. Uno acaba por darse por vencido pero el protagonista no. Lucha contra la monolítica postura de su interlocutor y gana. Pero vuelve la barbarie en forma de jefe que es un cabestro contra el que hay poco que hacer y volvemos a lo de siempre.
Todo ha servido para nada o eso parece. El rayo de esperanza que supone el saludo hasta ahora negado por los chiquiteros con los que comparte bar es la dulzura que necesitamos para no acabar tan mal como pretenden los terroristas.
Afortunadamente quedaron atrás los tiempos de La pelota vasca en los que dar la palabra a la barbarie y tratar de equiparla con la razón hundieron la carrera de un cineasta bien intencionado. Me temo que esta película pasara sin demasiada pena ni gloria porque artísticamente no es gran cosa. Pero personal y humanamente es el ejemplo de que las cosas se están normalizando. Es un homenaje a las buenas intenciones cuando, hasta estas, perdieron toda posibilidad de servir para algo.