MUÑOZ MOLINA, Antonio,Ardor guerrero, Alfaguara, Madrid 2005
Hace poco que he dicho que me gusta mucho más Muñoz Molina con escritor de lo que le pasa a él que como fabulador. Por eso he vuelto hacia esta obra que en su momento no me interesó. En ella el autor narra su experiencia militar como soldado, primero en Vitoria, en el campamento de reclutas y después en San Sebastián, en el cuartel de Loyola. El lugar y el momento son muy importantes en esta historia. La época es la transición, en el momento en el que cada semana era asesinado un militar o un policía y se hablaba de golpe de estado a cada paso. La democracia española se balanceaba entre una izquierda insatisfecha y una derecha deseosa de volver a los tiempos antiguos. El norte era un paisaje de lluvias y frío para un jienense asentado en Granada. Acababa de terminar una carrera sin futuro: historia del arte y tenía un futuro como escritor más que dudoso.
En la narración va describiendo el proceso de azorramiento cuartelero al que se ve sometido del que le salva su destino en oficinas. Las amistades que allí hizo y la sinrazón del la lógica militar en la que, pese a encontrarse personas que desprendían cariño, no se deja de estar rodeado de arbitrariedades.
A cada momento me he sentido identificado con ciertos aspectos de su experiencia. Como el ambiente transforma a cada uno en algo que nunca sería en la vida civil y como ante muchas decisiones que hay que tomar nos volvemos en algo que nunca querríamos ser. De muchos temas que en mí ha suscitado el libro destaco el hecho de su falta de compromiso político, por personalidad más que por convicciones. Su planteamiento izquierdista que devino en defensa de los débiles más que radicalismo. La figura que marca toda la segunda parte de la historia es su amigo radical Pepe Rifón que perdió antes de la deriva de la izquierda española y que nunca supo como habría asumido los cambios de la sociedad. Ese amigo representa todos los vicios de la izquierda española durante la transición que luego resultaron nefastos. Pero no hay una absoluta crítica desde el ya te lo decía. Plantea su postura como fruto de su personalidad pacata y por lo tanto hace la de los otros como mucho más comprensible en el momento. Ahora parece imposible pensar que la muerte de un militar nos pueda parecer bien. Pero en aquel momento representaban lo más duro y peligroso del antiguo régimen español. Ahora todos renegamos de las barbaridades que planteaba HB pero en aquel momento parecía una lucha justa por la libertad. Entonces los camellos parecían repartidores de libertad ahora unas malas bestias. El lo veía en aquel momento pero no nos dice que era porque era más listo sino que eso es lo que pensaba entonces. El piensa que su amigo radical que pensaba esas cosas probablemente se arrepentiría ahora de ello pero que un accidente funesto no le permitirá dar su opinión.
Otro aspecto que me ha llegado es el de pensar en como actué yo en ese contexto de masculino hermanamiento que es la mili. Era el chivato, el adaptado, el rebelde (seguro que no). ¿Cómo trataría a los nuevos reclutas? ¿Cómo me habían tratado a mí? El lo hacía y yo lo tengo en alta estima moral. Porque es valiente y frágil.
Me encanta la especie de epílogo en el que cuenta la opinión de un húngaro expatriado sobre la experiencia militar: es una barbarie porque no hay mujeres, ellas nos civilizan.
Me alegro de haber corregido el error de no haberlo leído.