Es imposible hablar de Santiago Lorenzo si hacerlo de su aislamiento en una pedanía de Segovia en la que se dedica a construir miniaturas y a escribir. Su gran éxito proviene de ese mundo aislado y ni él mismo se lo explica. Los asquerosos le ha permitido mejorar un poco su situación económica y publicar esta novela después de 200.000 libros vendidos y una adaptación teatral de éxito. Tostonazo es una palabra un poco pasada de moda que, pese a que se queje de lo pesado que es algo, tiene un cierto toque de ternura. Ésa es la actitud del autor. Es una obra sobre la fascinación que nos pueden producir determinados imbéciles con un cierto grado de poder. El libro se puede dividir en dos partes en las que se describe la forma de actuar de dos tostonazos y la forma en que afectan la vida de un personaje que trata de hacer las cosas bien en un mundo en el que no suelen triunfar aquellos que actúan como él.
Tostonazo es la historia narrada en primera persona de un joven sin nombre y sin estudios que entra en el mundo del cine como meritorio (otra palabra antigua que rezuma ternura) y tiene que enfrentarse a un individuo que no es consciente de sus incapacidades y hace la vida imposible a todos a causa de ello. En la segunda parte el tostonazo es un señor mayor cabreado con la vida al que tiene que cuidar el protagonista para poder sobrevivir. Ante tanto cabreado e incapaz, el protagonista no puede hacer otra cosa que actuar con tranquilidad en un ambiente que incita a todo menos a la esperanza: Ávila.
Que no se me rebele nadie porque el texto es una alabanza a las capitales de provincia con fama de aburridas y pacatas, pero en las que, pese a lo que se piense, se puede hacer de todo y se encuentran personajes maravillosos que hacen la vida bella. La forma de narrar es parecida a las de otras de sus novelas: la prosa discurre fluida, sin barroquismos ni locuras, pero a cada paso nos encontramos con adjetivaciones y comparaciones jocosas que revelan toda la retranca del autor y esa forma de mirar el mundo desde una pedanía de poco más de 10 habitantes, alejado del ruido pero totalmente despierto para la risa.
PRESENTANCIÓN DE BLACKIE BOOKS
Se llama Santiago Lorenzo. Los astros se alinearon para que naciera un buen día de 1964 en Portugalete, Vizcaya, España, Europa, la Tierra. el Universo. Primero miró, luego observó, después filmó y ahora escribe. En todas esas etapas vivió y en ninguna hizo lo que hacen los actores: actuar. Denle una goma de borrar Milan y unas tijeras y les creará un mundo. Aunque hace tiempo que con un teclado hace lo mismo y mejor. Este artista pretecnológico de pulsaciones lentas (quizás por su corazón grande) vive a caballo (o a autobús de varios caballos) entre Madrid y un taller que ha elegido en una aldea de Segovia que podría servir para ejemplificar la recurrente expresión «alejado del mundanal ruido». No siempre fue así. Estudió imagen y guión en la Universidad Complutense y dirección escénica en la RESAD de la capital del reino. Siempre tuvo claro que ante problemas reales, sólo sirven las soluciones imaginarias, así que en ese año constelación que fue 1992 creó la productora El Lápiz de la Factoría, con la que dirigió cortometrajes como Bru, Es asunto mío o el aplaudido Manualidades. Porque además de eso, al artista artesano Lorenzo siempre le gustó construir maquetas imposibles trabajadas con las manos: una cómoda con cajones que se abren por los dos lados, puertas por donde sólo podría pasar el Hombre más Delgado del Mundo y teatritos donde los Madelman son los protagonistas. Si no gozara del don de la escritura, podría haberse empleado en cualquier oficio antiguo: sereno, porque tranquilo lo es un rato, o jefe de estación ferroviaria, porque los trenes portátiles le gustan más que a un hombre alegre una pandereta. En 1995, produjo Caracol, col, col, que le valió pisar con calma la alfombra roja de los Premios Goya, que ganó en la categoría a Mejor Corto de Animación. Cuatro años después se empeñó en estrenar Mamá es boba, la historia palentina de un niño algo alelado, pero a la vez muy lúcido, acosado en el colegio (la película fue una de las primeras en abordar el tema del bullying) y con unos padres que, a su pesar, le provocan una vergüenza tremenda. La película pasará a la historia como uno de los filmes de culto de la comedia agridulce y podría servir como mito fundacional del post-humor que busca la risa helada e incómoda. Con ella fue nominado, para su sorpresa, al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres. En 2001 abrió, junto a Mer García Navas, Lana S.A., un taller dedicado al diseño de escenografía y decorados con el que hicieron tanto muñequitos de plastilina para el anuncio del euro como la catedral que aparece en una de las entregas de Torrente. En 2007 estrenó Un buen día lo tiene cualquiera, donde volvía a elevar una historia de una persona para explicar un problema colectivo: la incapacidad, afectiva e inmobiliaria, para encontrar un sitio en el mundo (o un piso en la ciudad, para el caso). Harto de los tejemanejes del mundo del cine, decidió cederle sus ideas a esto de la literatura, por lo que en 2010 publicó la novela Los millones (Mondo Brutto), uno de los libros del año con un gancho cómico y un golpe más bien trágico: a uno del GRAPO le toca la lotería primitiva; no puede cobrar el premio porque carece de DNI. Desde entonces, ha escrito Los Huerfanitos, se ha deleitado con ábsides de catedrales y ha continuado atacando los vicios de la sociedad de la única forma posible: con la risa, el recurso de los hombres que gozan de una inteligencia libre de presunción. También ha seguido hablando con voz grave, lanzando chanzas coheteras y fumando un pitillo a cada hora en punto con tiros cortos. Ha hecho, en definitiva, muchas cosas, pero su mayor temor continúa siendo caerse a la ría desde lo alto del puente colgante de Portugalete, patrimonio de la Humanidad desde 2006.
PRESENTACIÓN DEL LIBRO EN ESPACIO TELEFÓNICA