Don Winslow se retira. Tiene 67 años y es capaz de escribir con intensidad y oficio, pero parece ser que la trilogía que comienza esta novela va a ser la última y que cuando la acabe se dedicará al activismo social (contra Trump). Es una trilogía diferente a todo lo anterior en el sentido de que parte de sus recuerdos de la infancia y de su voluntad de adaptar la Iliada, la Odisea y la Eneida al mundo del crimen organizado.
Winslow vivió su infancia en Rodhe Island, un estado que parece tener nombre de ciudad. Está encima de NY y debajo de Bostón. No es una gran cosa como estado pero siempre se pueden hacer negocios. Era de madre irlandesa y jugaba con los irlandeses pero las fiestas de los italianos eran mucho más divertidas por lo que solía escaparse para bailar y comer pasta con ellos. En la novela las rivalidades entre las dos comunidades tienen poco de folklóricas. Los irlandeses dominan el puerto y los italianos el comercio y los negros la droga. La vida era muy simple. El pertenecer a un bando o a otro simplemente aseguraba un puesto de trabajo, poco más. Pero, por contra, te ponía de un lado de la balanza en la que había muchos problemas por el simple hecho de estar.
El relato es trepidante, nunca se puede utilizar mejor esa palabra. Y refleja meridianamente la simpleza y la fragilidad de la vida humana en unos ambientes tan precarios en los que la cultura o la raza son la garantía de supervivencia o muerte. El protagonista no pide mucho a la vida porque ha tenido suerte en la segunda oportunidad, abandonado por su madre y criado por la mujer del jefe de la mafia irlandesa. Tiene claros los códigos y los sigue porque nunca tendrá valor para escapar de de ese círculo en el que ha crecido. Es feliz con una tarde en la playa con los amigos, una gran comilona de pasta y pimientos rellenos. Un anti-lider obligado a serlo. Una novela devorable para los amantes del género que nos encadena a las dos venideras.