Los asesinos a sueldo dan muy buen resultado en la ficción. Viven en el anonimato y cuando reciben una llamada van a donde les mandan y ejecutan sin rencor ni arrepentimiento. El argumento clásico hace que algún giro de los acontecimientos los vuelva a ellos en blanco. Pierre Lamaitre escribió esta novela al principio de su carrera y la tenía en el cajón porque su fulgurante carrera literaria pasó de la novela negra a la histórica ganando de paso un Goncourt. Después de su trilogía de la post-primera guerra mundial ha publicado un diccionario de novela negra y ahora, no sé si presión de su editorial, recupera esta novela criminal que dice no haber corregio, en el que la protagonista es una asesina a sueldo de sesenta y tantos años, sobrada de kilos y viuda. Tiene una hija a la que considera una simple casada con un tonto. Nadie sospecharía de ella, pero tras esa apariencia anodina se encuentra una depredadora implacable.
Ese es el planteamiento, pero a esos elementos les añade el autor una historia de amor no realizada con su jefe, que data de sus aventuras como agente de la resistencia y que la llevaron a ejercer este oficio cuando se quedó viuda. Pequeños errores la convierten en presa en lugar de cazador y ella se mueve con dificultad entre asesinos en serie y policías en una narración llena de sorpresas y giros inesperados en la que nada sale como esperas, excepto la resiliencia de la protagonista.
El estilo de Lamitre es el que nos tiene acostumbrados, eficiente. La parte de la investigación criminal nos recuerda al protagonista que lo haría famoso: el comisario Verhoeven, su parsimonia, la burocratización del trabajo policial. Pero las aventuras de la protagonista nos llevan a la crudeza de la violencia que refleja toda su narrativa criminal. Se lee sin respirar y te deja buen sabor.