Hace algunos años, ganó el premio nacional de poesía, un escritor que trabajaba en un basurero y la simbología era fácil. En este libro la simbología es simple también. Es la obra de un poeta que se gana la vida dirigiendo una empresa de pompas fúnebres en un pueblo pequeño de Michigan. El libro se titula, en el original, El oficio de enterrar. Es un conjunto de ensayos en los que se describen las reflexiones del autor sobre este oficio que heredó de su padre y que ha transmitido a sus hijos. No tendría mayor interés, sino se diera el caso de que Lynch es un poeta de prestigio en USA, con multitud de libros y premios. Lynch ha convertido sus experiencias en un libro de la cadencia poética y lo ha llenado de iluminaciones fugaces que el ejercicio de ese oficiole ha producido.
Comienza con una hermosa reflexión sobre el hecho que más nos cuesta reconocer, que no importa nada de lo que hagamos por los muertos porque ellos no lo van a ver. Teniendo en cuenta que él vive de esa futilidad que es despedir a alguien que no te ve hacer lo que estás haciendo, su trabajo se carga de una inutilidad artística que describe con mimo e ironía. Acaba con otro ensayo en el que describe cuando y como le gustaría que fuera su entierro con el mismo mimo que el trata de dar a las personas que acaban en sus manos. El resto de los ensayos aprovecha sus experiencias personales para reflexionar sobre nuestra relación con la muerte y, por lo tanto, con la vida. Hermoso es el ensayo en el que describe como hemos sacado los rituales más importantes de nuestra existencia de nuestras casas y así hemos convertido esas experiencias comunales en algo ajeno. Los nacimientos, las bodas, los entierros ya no se celebran en los salones principales de las casas. Se han convertido en algo ajeno a nuestras vidas, los llevamos a tanatorios, hospitales o salones de bodas alejándonos de los ritmos naturales de la vida. Habla de los entierros de sus seres queridos, de entierros de gente muerta en circunstancias tan trágicas que es difícil hallar consuelo y detalles pedestres, como el precio de las cosas.
Como todo en el libro, su escritura está teñida de melancolía suave, elegante. No es una comparación fácil, pero parecen tener ese ritmo de los funerales sin tragedia, en el que el muerto tuvo tiempo de despedirse dignamente y su memoria queda entre nosotros, no como una losa sino como una pátina.