Si se puede hablar de literatura oportuna, que no oportunista la de Maxim Ósipov es lo más. Escritor ruso que vive de la medicina que practica en el medio rural y cuando siente que tiene que contar algo se dedica a la escritura. En España ya había publicado un libro de relatos y este es el segundo. También es dramaturgo y ha recorrido toda Rusia con representaciones de sus obras. Por si hay alguien que todavía no ha establecido comparaciones, estamos todos pensando en Chejov. No es una literatura lírica o trascendental, y mira que los rusos tienen tendencia a ponerse intensos. Es una literatura de personas y diálogos. De situaciones y de decisiones. Son relatos de más de sesenta páginas que retratan personajes que nos hacen entender un poco la situación de la Rusia postcomunista. Los personajes empiezan a ver la época comunista como un pasado que dio seguridad a sus padres pero que les ha dejado un presente que es una jungla en la que sobreviven los más fuertes o los que escapan.
Magnates empeñados en culturizarse ahora que son inmensamente ricos y se dedican a estudiar la biblia y a aprender a tocar el piano pero no olvidan la violencia irracional que campa por sus respetos en aquellas tierras; popes de iglesia ortodoxa que antes fueron geólogos y que sufre los mismo problemas de decrepitud que cualquiera de nosotros; emigrados a Estados Unidos que triunfan allí pero son incapaces de perder los lazos con su país y, a la vez, no pueden vivir allí porque aquello se ha convertido en una jungla.
El primer relato nos presenta un profesor de literatura que trabaja en un pueblo del interior y ve pasar la vida y la historia consciente de su inutilidad y de la belleza de ese beatus ille eslavo rodeado de llanuras y bosques de abetos. El comunismo pasó, el post-comunismo no les tocó demasiado porque no había mucho que esquilmar en aquellas tierras. Su futuro nos es muy halagüeño pero ahí sigue. Los relatos se leen con la sensación de continuidad, de realidad. No buscan un final sorpresivo. Sólo mostrarnos ejemplos de ese pueblo al que occidente siempre ha mirado como ajeno, casi asiático y al que los tambores de guerra no hacen mucho mejor.