Quizás sean restos de una infancia no superada, pero me gusta tener claro quiénes son los malos. Los bancos, las aseguradoras, las empresas productoras de combustibles fósiles, los carteles de la droga y otros muchos más. La verdad es que es un planteamiento que siempre acaba en la constatación de que las líneas que separan el bien del mal nunca son tan claras como a mí me gustaría y que hay demasiados grises entre el blanco bien y el negro mal.
En la lectura de este libro he empezado con el mismo planteamiento y he sufrido las mismas dudas. En los años de este siglo USA ha sufrido una “epidemia” de consumo de opiáceos expendidos con todas las garantías por las farmacéuticas, en concreto por una llamada Purdue de accionariado totalmente familiar. Esta empresa, y luego otras siguiéndole la estela, vendieron y promocionaron de forma agresiva un analgésico compuesto de opiáceos que producía adicción. Tal fue está que, cuando los pacientes no podían pagar los precios de los fármacos recurrieron a la heroína de los traficantes que era más barata.
El estado lo tuvo claro y fue a por ellos en los tribunales. Pero resulta que ellos prefirieron gastarse en abogados mucho más que lo que les hubiera costado asumir su culpa. ¿Por qué? Porque eran una familia, cuyo nombre está entre los mayores contribuyentes a museos y universidades del país. Una imagen de honorabilidad y respetabilidad labrada a lo largo de más de un siglo no podía perderse, así como así. Esos son los malos.
El autor ha decido escribir la biografía de esa familia de emigrantes alemanes cuyo padre montó una tienda en Brooklyn a principios del siglo XX y cuyos tres hijos estudiaron medicina y publicidad. La historia de su desarrollo, alejados de los focos mediáticos pese a vivir del marketing, hasta la riqueza inconmensurable muestra la forma en que ha evolucionado el negocio farmacéutico y sus técnicas agresivas en las que la salud es lo menos importante.
No quiero desvelar el final de la historia porque la seriedad con que está escrito el libro se merece un respeto. Baste decir que el 40% del libro es bibliografía y que su publicación era tan comprometida que desde que se enteraron que lo iba a escribir le pusieron una sobra para controlarlo.