El recuerdo de la desaparición de María Moliner ha producido en mí la recuperación de una deuda nunca satisfecha. García Márquez, su gran valedor, se dedicó a mofarse del DRAE y sus definiciones, contraponiéndolas contra las medidas y cercanas del Moliner. En mi mente ese diccionario en dos tomos que se encontraba en todas las bibliotecas públicas era algo que todo el mundo alababa. El diccionario que tenías que tener si querías ser un buen escritor. El diccionario de escritores.
He decidido saldar esa deuda yendo a una biblioteca pública y utilizando los dos para resolver el significado de varias palabras y el resultado de la batalla ha sido desilusionador. Primero, encontrarlo en una biblioteca pública demuestra lo que han cambiado las cosas. Estaba en la planta más alejada del edificio y tuve que encontrar su ubicación ayudado por una bibliotecaria que tampoco tenía muy claro donde estaba. En la mesa, un joven estudiante me miró sorprendido al ver utilizar algo tan voluminoso y pesado. El DRAE estaba en mi móvil y me costaba segundo encontrar una palabra mientras tenía que pasar páginas y páginas para encontrar algo en el Moliner. La desilusión fue mayor al comprobar que no había prácticamente diferencia en las definiciones de ambos. Ambos incluían, además, la tan buscada lista de sinónimos que todo el que quiere escribir sobre algo busca para no repetir una palabra demasiado en un texto.
La primera pregunta que uno se hace es por qué no está digitalizado en los tiempos que vivimos. Y la segunda es que quién se encarga de actualizar una obra que basa su interés, entre otras cosas, en trabajar con una lengua viva en plena ebullición, no una recopilación de palabras ya cercanas a la muerte por unos señores estirados y aburridos. La respuesta a ambas, en mi opinión, es que ya se ha pasado su tiempo. Que la Academia no es esa institución vetusta que no tenía baño de mujeres porque nunca se planteó que fuera a ser miembros de ella. Que la digitalización le ha sentado bien al DRAE y que sus miembros irán un poco lentos pero no están muertos y han sabido integrar todo lo bueno que aportaba el diccionario de la Moliner. Me temo que al Moliner de las bibliotecas públicas le queda poco para pasar a ese espacio cercano a la muerte que son los almacenes externos en los que se guardan los libros que ya casi nadie usa.

Como se puede escribir una novela sobre una bibliotecaria que dedicó quince años de su vida a escribir un diccionario de la lengua castellana cuando ya hacía mucho que se escribía y corregía el de la Academia. Lo difícil era hacerlo novelesco, pero al leer este del Argentino asentado en España Andrés Neuman descubrimos que el personaje lo merecía.
La narración de Nueman es ligera pero llena de destellos literarios y muy brillante en los diálogos que hacen tremendamente amena una historia que, a partir de la guerra civil deja de ser apasionante por lo que pasa para pasar a serlo por la aventura intelectual y vital de la protagonista.
María Moliner nació en Aragón por vicisitudes del trabajo de médico de su padre y se movió por España para acabar en Madrid y comenzar su educación en las aulas de la Institución libre de Enseñanza. Gracias a su pedagogía y a su esfuerzo acabó Filosofía y letras, obteniendo la plaza de archivera en Simancas. Tras sucesivos traslados acabó en Valencia, donde se casó y se involucró fervientemente en la labor de las misiones pedagógicas. Al estallar la guerra se dedicó a organizar bibliotecas y archivos durante la barbarie.
Acabada la contienda fue juzgada y relegada al fondo del escalafón administrativo. Así vivió el resto de su trayectoria profesional, como adjunta de la biblioteca de la Escuela de Ingenieros de Madrid. Cuando sus hijos empezaron a crecer y salir de casa tuvo una iluminación: hacer un diccionario práctico (del uso) del castellano. El canónico de la Academia era todo menos práctico y parecía un cementerio de palabras definidas sin gracia y sin contexto. El cuerpo le pedía algo más fresco y vivo. A la tarea le dedicó quince años, sin internet ni ordenadores, escribiendo fichas que luego pasaba a máquina.
Una vez publicado, se convirtió en un best-seller entre bibliotecas, escritores y periodistas. Nunca lo dio por acabado porque nunca se puede acabar con algo vivo que no para de creer y cambiar. Paradógicamente, nunca entró en la Academia, que ni siquiera había previsto un servicio para mujeres en sus instalaciones, pese a tener mucho más que decir que muchos de los miembros. Este es un libro que trata de cubrir una deuda nunca pagada.
ANDRÉS NEUMAN (2025) HASTA QUE EMPIECE A BRILLAR. Editorial Alfaguara. 296 pp. 19,85 E.
Documental de la dos sobre la autora