Los ejecutivos de Netflix no le tienen respeto ni miedo a nada. Lo cual, en principio no estaría mal si no fuera por los resultados. Se han atrevido con Cien años de soledad y ahora se ha atrevido con El gatopardo. En ambos casos han optado por obras cuyo argumento se puede reducir muy bien a un culebrón en el caso de García Márquez y, en este caso, con un melodrama de los que se ven por la tarde en cualquier cadena.
Ha sido una oportunidad para recuperar una obra única, y nunca mejor dicho, y reflexionar un poco sobre lo que supuso su lectura y el visionado de la obra maestra de Visconti.
No he querido volver a ver la película porque me parecería injusto, pero el visionado de la serie hace reflexionar sobre aspectos interesantes. En los primeros capítulos vemos que se sigue con bastante exactitud el argumento del libro pero se realza la figura de Concetta que se erige como verdadera protagonista. El final nos la muestra elegante a caballo recorriendo las posesiones de la familia y decidida a asumir la función de tradición que representaba su padre frente a los lobos que representa el nuevo poder. El Príncipe consigue parecer una copia de Burt Lancaster, un poco más esbelto pero sin su gran empaque. Angélica carece de la sensualidad de Claudia Cardinale o quizás los cánones de belleza femenina han cambiado. Ya no digo nada de Tancredi que está a años luz de Alain Delon. La gran apuesta era la escenografía. Los palacios y calles de Palermo suenan demasiado a cartón piedra. Y Donnafugatta sufre de lo mismo. Alabaría la apuesta por los frescos de los palacios y la música.
En cuanto al argumento. La línea argumental que trata de describir el fin de los viejos tiempos y el triunfo de los nuevos se mantiene, pero el desencantado final de la obra original es sustituido por el triunfo moral de la familia de los Salina sobre los lobos y la melancolía de Tancredi, que siempre estuvo enamorado de Concetta. En la novela Concetta se ha convertido en una solterona aficionada a las reliquias que se enfrenta una Angélica envejecida y rencorosa. La soberbia con que acaba con el último recuerdo sentimental de su padre, su perro taxidermizado, es lo único que queda de los viejos tiempos.
Al igual que con Cien años de soledad la belleza del lenguaje y el pesimismo elegante se transforman en una obra fácilmente digerible aunque tristemente olvidable.

Hay algo que he aprendido gracias a revisitar esta historia. Un gattopardo es un leopardo jaspeado conocido también como serval, que es un felino poco mayor que un gato. El título conservado en castellano se ha llenado de de conotaciones políticas y culturales hasta acernos olvidar su nombre en castellano.

Anagrama no suele dedicarse a los clásicos, pero en este caso publicó una edición definitiva con las variantes posibles y explicando los avatares editoriales de un libro rechazado por las grandes editoriales italianas hasta encontrar su espacio en la editorial Feltrinelli. Contiene un concienzuda introducción de su sobrino.