El autor dividió hace ya tiempo el siglo XX en tres periodos de treinta años que piensa cubrir con diez novelas. El primero, el periodo de entreguerras, que narró a partir de la novela que le mereció el Goncourt; este segundo que cuenta la post-segunda guerra mundial y la descolonización; y un tercero que abarcaría hasta la caída del muro en el 89. Esta novela es la segunda entrega de una tetralogía sobre una saga familiar, la de los Pelletier, durante los llamados ‘años gloriosos’ de la historia de Francia. Llega tras El ancho mundo, que ésta continua aunque pueden leerse de forma independiente. Toda esta magna obra, de la ya hay versiones cinematográficas, es una engrasada mezcla de la historia de Francia, suspense y una estructura folletinesca que funciona a las mil maravillas. La anterior hablaba de la guerra de Indochina. Ésta del desarrollo del capitalismo y de la situación de la mujer. Todo parece ir haciala felicidad: los electrodomésticos, la los coches, los grandes almacenes, pero debajo hay platos rotos. Francia trata de olvidarse del pasado de colaboracionismo en una sociedad que pretende mejorar la vida de las mujeres pero que no quiere que se vayan de casa. Se tienen que construir presas para producir electricidad para esos electrodomésticos que empieza a haber en las casas pero eso supone inundar pueblos y desplazar a sus habitantes.
En ese contexto se mueve la familia protagonista. Si en la primera seguía al hermano pequeño, en ésta la figura central es la hermana menor, Hélène, fotógrafa y periodista en un diario parisino (donde su hermano François es jefe de Sucesos, y protagonizará el próximo libro, con la Guerra fría como telón de fondo). Utilizando todas las herramientas del género policial que le ha hecho famoso: suspense, giros inesperados, pistas falsas, y sorpresas, construye un folletín moderno que se devora de un tirón. Personajes deleznables y figuras encantadoras; inspectores de policía al estilo Los miserables y boxeadores al estilo Toro salvaje. Alguien da más.