Esta novela y Los escorpiones de Sara Barquinero se han convertido en la sensación de la temporada. Ambas comparten el ser obras de treintañeros que pasan de las 700 páginas y se leen muy bien porque están muy bien escritas. Por lo demás, no tienen nada en común. La que nos atañe se presenta como la novela de realismo mágico sobre la guerra civil española. Una cosa está un poco pasada de moda y la otra la quieren pasar de moda una cuadrilla de impresentables.
Hasta ahora nadie se había atrevido a contar la guerra civil desde la fantasía, pero estamos ante un nieto de la contienda. El paso del tiempo ha permitido que la utilización de elementos fantásticos no rechine sino que permita atemperar la brutalidad de la contienda. Estamos ante un libro de más de 700 páginas, repito, que se lee con facilidad y asombro. Su prosa es plástica, musical y nada barroca. Todo parte de la realidad concienzudamente documentada (el autor dedicó una beca para la creación que le dieron a recorrer uno por uno todos los puntos de la península que cita, y le mapa de su viaje es una tela de araña) y estructurada: el libro está dividido en cuatro partes con el mismo número de capítulos y páginas. Pero nada es totalmente realista y las locuras y excentricidades de las gentes de Jándula (trasunto del pueblo jienense de Quesada) nos recuerdan a las de los pobladores de Amanece que no es poco y nos hacen reír y llorar.
El libro comenzó así, como una recopilación de esas excentricidades de un pueblo anclado en lo atávico extendidas hasta el surrealismo, pero acabó yéndose de paseo para recorrer la Península Ibérica en guerra. Los protagonistas de ese viaje entre 1936 y 39 son los cuarenta miembros de la familia de los Ardolento que, como dice el autor en las primeras líneas, no sobrevivirán a la barbarie que, según van recorriendo Iberia, se encuentran. En su periplo hablan con personajes y contemplan hechos históricos que a veces parecen irreales no siéndolo.
Una obra increíblemente madura para un autor tan joven.