La Costa Azul es un término que desata imágenes de glamour y lujo. Pero bien es verdad que el lujo y el glamour ya no son lo que eran. Ha pasado mucho tiempo desde que se creó el mito y sus moradores han cambiado mucho, dentro de esos parámetros de lujo y riqueza. Jeques, futbolistas horteras, mafiosos rusos, una familia real a la que no invitarías a las cenas de navidad tiene poco de elegancia y mucho de ostentación vergonzante. Pero hubo un momento en que aquello fue él no va más, riqueza y buen gusto iban de la mano. Artistas y mecenas sintonizaron y se lo pasaron a lo grande. Obras de arte eternas se esbozaron y realizaron allí e historias de lujo y pasión de las de verdad fueron vistas por aquellos lugares.
Los pocos kilómetros de costa entre Marsella y la frontera italiana, lo que hoy se conoce como Costa Azul, no tenían mucho tirón cuando empezó a ponerse de moda en Europa el vicio de veranear. Los ingleses y los franceses, que era los que dominaban el asunto, prefería irse a la costa atlántica durante el verano: Trouville o Biarriz eran los sitios de moda porque no hacía demasiado calor. La Riviere era el lugar al que esos turistas adinerados iban cuando el invierno se volvía insoportable o trataban de sanar de la enfermedad del momento, la tuberculosis. El glamour les llegó cuando la reina Victoria decidió pasar allí las inclemencias del invierno inglés. Se creó una línea de ferrocarril con Paris para que los desplazamientos fueran placenteros pero, aun así, a finales de Mayo todo estaba cerrado por el calor.
El comienzo del esplendor de esta zona tiene nombre y fecha. Corría 1923 cuando los Murphy, una pareja de americanos ricos, como no, bajaron allí en primavera por consejo de Cole Porter. Les encantó y cuando en Mayo les dijeron que aquello se cerraba porque hacía mucha calor decidieron construirse una casa e invitar a sus amigos: Picasso, Dorthy Parker, Hemingway y, sobretodo, los que crearon el mito: los Fitzgerald, Scott y Zelda. Los Murphy eran aficionados al arte y la literatura y les gustaba rodearse de artistas. No era un mundo de ostentación, había dinero para no tener que pensar en él, pero lo que se llevaba era el placer y la cultura. Así comenzó todo. La versión veraniega de los feroces años veinte.
Giuseppe Scaraffia (Turín, 1950), profesor de literatura francesa en la universidad de La Sapienzza de Roma, es especialista en este periodo y en el concepto de placer y estética. Este libro es la recopilación de su devoción por aquel periodo. Deste Meton, en la frontera con Italia hasta Marsella, va recorriendo todas las localidades en las que estuvo alguien que merecía la pena. Y escribe una postal o un relato de lo que allí les sucedió o les llevó. Durante toda su lectura me recordaba Hollywood Babilonia de Kenneth Anger. Aquel era un libro de recopilación sobre las miserias del Hollywood dorado, escarbando en sus partes pudendas. Éste no deja de mostrar las partes pudendas pero es delicado y amoroso con eso personajes que contribuyeron a crear las grandes obras culturales del siglo XX. Lo que no es otra cosa que cotilleo de los veranos allí pasados, se convierte algo tierno y profundo. Árboles y flores, pescados y champagne todo en tonos azules y ocres, en colores de atardeceres rojizos y de verde oliva. Un desfile imparable de estampas idílicas, de postales elegantes y de fiestas de papel cuché. Con todo, no se dejen engañar, la novela muestra una felicidad precaria y siempre a punto de quebrarse. Entre lirios y bullabesas, la vida, como una herida mal curada, hervía bajo el sol inapelable de la Costa Azul.