«La vida cambia rápido. La vida cambia en el instante. Nos aprestamos
a cenar y la vida tal como la conocemos se detiene.»
Cuando uno empieza a leer este libro entra en él como de puntillas pensando en la tragedia que sabe que va a narrar y se encuentra con una prosa y una narradora elegante que pone atención en las cosas pequeñas con tozudez inalterable y nos guía por una experiencia brutal con delicadeza e inteligencia.
Los hechos son que después de volver de ver a su hija que se encontraba en la UVI, mientras cenaban, su marido sufrió un infarto y murió prácticamente en el acto. Este libro es la narración de su desamparo ante algo para lo que no estaba preparada. Durante ese año al que hacer referencia el título se comportó con elegancia y trató de actuar como a su marido y a ella les hubiera gustado que lo hiciera. Pero hasta el final no se dio cuenta de que tras toda esa elegancia se encontraba una realidad de la que no era consciente: no había asumido que su marido no iba a volver. Todavía guardaba sus zapatos favoritos pensando que los pudiera necesitar; o pensaba que al hacerle la autopsia podrían reparar algo que lo devolviese a la vida; de alguna manera esperaba que apareciese otra vez en cualquier momento. No podía formular esos sentimientos pero estaban en su mente. El libro es un paseo por ese año de desconcierto. Acaba en el momento en el que es consciente de que ya no puede hablar de las rutinas de la vida en común esperando que se repitan porque ya han dejado de ser rutinas para ser recuerdos.
Estamos ante dos seres que organizaron su vida de escritores con un equilibrio difícil de creer. Cada uno tenía su propia carrera pero vivían juntos y trabajaban juntos. Cada uno tenía su propia obra literaria, de vez en cuando se ayudaban o trabajaban al alimón en un proyecto pero cada uno escribía su obra, todo dentro de la misma casa.
El mercado americano permite un tipo de escritores que no es tan común en España. Allí hay revistas literarias que publican obra de ficción y pagan bien a los autores. Las revistas de calidad encargan trabajos muy bien remunerados a autores de prestigios y hay un mercado de literatura en las universidades que permite vivir de la producción literaria a autores que no sea grandes éxitos. Tanto Joan como su marido entraron en ese mercado pronto y les fue bien. Vivían como miembros de la clase media-alta en Nueva York, como antes lo hicieron en California. Viajaban por el mundo y por su país escribiendo sobre sus experiencias y tenían su público.
De repente todo ese bello entramado se desmoronó y ella tuvo que hacer frente a su vida sin él. Su situación y su carácter no tienen nada que ver con el común de los mortales pero su capacidad para expresar esa experiencia desgarradora es única y somos afortunados de poder leerla.
“Sé por qué intentamos mantener vivos a los muertos: intentamos mantenerlos vivos para que sigan con nosotros.
También sé que si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos.
Dejarlos que se conviertan en la fotografía sobre la mesa.
Dejarlos que sean un nombre en las cuentas fiduciarias.
Soltarlos en el agua.
El saberlo no me hace más fácil tener que soltarlo en el agua”.
La misma editorial ha realizado una edición especial con ilustraciones de Pilar Bonet