El mundo de los premios literarios es una caja de sorpresas. Siguiendo una política de expansión poco habitual, el Goncourt ha abierto sede en España, como ya lo había hecho en otros países. Para ello se presentan obras francesas a un jurado compuesto por el embajador francés, un autor español de renombre (Pérez Reverte) y representantes de los alumnos de diferentes universidades española. Todos ellos elijen entre un plantel de obras presentadas por el comité del premio y, voilà, tenemos el primer premio Goncourt español.
El resultado es una novela más que interesante que ha tenido ya bastante éxito en Francia. Es una obra que retrata una parte de la historia del país vecino, la descolonización de Argelia con la consiguiente repatriación de aquellos que colaboraron con los colonizadores franceses.
Ya han pasado más de cincuenta años y nos encontramos con la tercera generación de aquellos a los que los argelinos se refieren como los harcas. La novela presenta de forma clara la experiencia del exilio de aquellos que ayudaron a los franceses en la guerra de independencia argelina y que decidieron exiliarse en Francia a la vista de lo que les esperaba si se quedaban. Cuando uno pierde una guerra no tiene muchas ganas de que le recuerden sus deudas y menos si estos son de otra cultura y lengua.
La experiencia fue traumática para personas de baja cualificación, apegadas a la tierra donde había nacido y para los que el gobierno no tenía ningún plan. Primero campos de concentración, algunos de ellos antes ocupados por los exiliados españoles. Luego trabajos míseros en la agricultura y, finalmente, una vida alienante en fábricas en las que no podía medrar.
No hubo integración. Muchos de ellos apenas aprendieron francés en el tiempo en que vivieron allí. La mayoría sufrió la segregación y la falta de apoyo. Pero en un país con las infraestructuras de Francia había posibilidades. La segunda generación se integró y creo un hogar. La tercera ya perdió todo el contacto con su pasado y está novela es el intento de recuperarlo de una de ellos.
La nieta de las harcas trabaja en una galería de arte y recibe el encargo de ir a Argelia a recuperar la obra de una artista que vive en el exilio. Después de la introducción se van recreando la experiencia de su abuelo, que combatió con los franceses en la II Guerra Mundial y siempre se sintió francés, aunque su tierra estuviera al otro lado del Mediterráneo. Con él sentimos el peso de las decisiones que toma durante la brutal guerra en la que a una barbarie la seguía otra mayor. Cuando se pierde la guerra escapa por los pelos dejando lo que más valora, sus olivos.
La siguiente generación la representa su hijo. Es el eslabón entre las dos culturas y el intérprete que acaba odiando ese mundo del que se siente cada vez más alejado. En cuanto puede se casa con una francesa y encuentra un puesto en la administración. Finalmente, su hija tiene carrera universitaria y nada tiene que ver con la cultura musulmana de sus abuelos con los que apenas puede comprenderse. Cuando surge la oportunidad del viaje, todos los miedos acumulados en la familia salen a la superficie sin poder explicárselos. La tercera parte del libro es la preparación y el viaje iniciático a la tierra de sus abuelos.
La forma de la narración es clara y los personajes queda muy dibujados. El gran acierto es el tono. No hay queja ni melancolía. Hay inteligencia al describir lo que va pasando, pero no hay nada lastimero en una historia que tiene mucho de desarraigo y de sufrimiento. Tuvieron mala suerte e hicieron lo que pudieron con lo que les tocó lidiar. Muy recomendable.