El balcón en invierno. Luis Landero. Tusquets. Barcelona, 2014.
Tenía Luis Landero 41 años cuando aterrizó en la novelística española dejando a todos boquiabiertos con una novela que no tenía nada que ver con lo que se estaba publicando en aquel momento. El éxito de público y de crítica lo lanzaron a un estrellato que él ha sabido gestionar con sorna y elegancia y le ha permitido hacer lo que más le gusta: pasárselo bien y hacer las delicias de todos los que le escuchan porque es un magnifico narrador y un gran vividor.
Ya ha pasado mucho tiempo desde entonces y no ha dejado de escribir y de publicar sin abandonar la enseñanza de la literatura, a adolescentes (esa si que es una labor quijotesca) primero y a aspirantes a actores después (ese sí que es un lujo). Los azares de la vida administrativa le han permitido jubilarse y ahora podría convertirse en un Philip Roth que no para de sacar novelas. Pero se ha dado cuenta de que probablemente podría escribir una nueva novela porque ya ha adquirido la profesionalidad suficiente pero lo haría sin la pasión que le ha llevado a completar las otras. Por eso hace algo por lo que nunca ha sido famoso en su familia: contar la verdad. Después de una introducción en la que explica esta falta de voluntad creativa, se dedica a desentrañar los recovecos sentimentales que le une a su variopinta familia. De entre todos cabe destacar a tres personajes.
El eje fundamental y de mayor calado sentimental es la figura de su padre, al que, como la mayoría de los hijos, no comprendió hasta que ya era demasiado tarde, pues murió al poco de llegar a Madrid desde Extremadura y no pudo ver como se hacía alguien. Sólo conoció al macarrilla de la Prospe que no lo vio morir porque se tenía que ir con sus colegas a bacilar con el coche. Es el desencadénate de este libro y el capítulo en el que disecciona su insatisfacción existencial muestran la agudeza para comprender los sentimientos y la gracia para contarlos, así como la angustia y la melancolía que producen.
Pero el otro gran personaje enmarca toda la historia aparece en la portada. Esa madre que mantenía la casa y la familia sin una queja y con dulzura. Que ve a los hombres de su casa deambular buscando su destino sin criticarlos. Encogiéndose de hombros y aceptando sus locuras.
El tercer personaje es su cuñado-primo que lo lanzó al mundo de la farándula para dejarlo abandonado y volver al pueblo a crear sus inventos y disfrutar de la vida pastoril. Haciendo lo que ninguno de los otros protagonistas consiguió hacer del todo: encontrar su paraíso en el presente.
Pero es también una novela de paisajes y de lugares. Fundamentalmente dos. El gris Madrid de los 60 y el mágico campo extremeño. No sé si es por la sobredosis de García Márquez que ha producido su muerte pero ese campo no deja de recordarme a Macondo con sus locos personajes y su idílica belleza, llenos de historias increíbles. Frente a él, un Madrid triste y chato en el que Landero busca su espacio para realizar sus sueños.
Al final, como siempre ocurre cuando escuchas a un buen narrador, todos queremos más. Esperemos que así sea.